EL Rincón de Yanka

inicio














lunes, 29 de abril de 2024

LIBRO "LA VENGANZA DEL CAMPO": ¿Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer? Por MANUEL PIMENTEL

 
LA VENGANZA 
DEL CAMPO
🌽🍅🍆🍇🍈
🍉🍊🍋🍌🍍
🍎🍏🍑🍒🍓
🐄🐇🐓🐷🐟🐡
¿Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer?
El campo se vengará, al modo bíblico, con escasez y brutal encarecimiento de los alimentos, de la sociedad que lleva décadas despreciándolo.
La venganza del campo ya está aquí. Los precios de los alimentos suben con fuerza y las olvidadas crisis alimentarias amenazan con reaparecer. ¿Por qué? ¿Por qué ayer sobraban alimentos y hoy parecen faltar? El desprecio al campo y los desajustes de la desglobalización son las razones principales. Sin embargo, los responsables públicos culpan, injusta y demagógicamente, a distribuidores y agricultores, tratando de justificar sus propios yerros y desvaríos.
¿Cómo se ha podido llegar a esta triste, injusta y suicida situación? ¿Cómo ha sido posible que la sociedad desprecie a los que les dan de comer? ¿Por qué los agricultores, los ganaderos y los pescadores hemos pasado de héroes a villanos? ¿Por qué la sociedad actual no solo no nos valora, sino que, al contrario, nos considera enemigos del medio ambiente, parásitos de la PAC, «señoritos» de otros tiempos, maltratadores de animales? ¿Por qué, si los precios suben, se siguen abandonando nuestros campos?
Este breve ensayo trata de comprender los porqués y los cómos de esta situación paradójica y contradictoria. Castigamos a las gentes del campo mientras les exigimos alimentos abundantes, sanos y a precio de saldo. Queremos comida buena, bonita y barata, pero sin agricultura ni agricultores; carne sin ganadería ni ganaderos; pescado sin pesca ni pescadores. Protestamos por el encarecimiento de los alimentos al tiempo que prohibimos los trasvases, perseguimos a las granjas o cuestionamos los regadíos y los abonados, entre otras muchas limitaciones o interdicciones. Y, claro, eso no funciona.
A lo largo de estos años, los agricultores agonizan sin que a la sociedad que alimentan parezca importarle lo más mínimo. Los agricultores, ganaderos y pescadores no son parte de problema, son parte de la solución. Desean trabajar en paz, con dignidad, de manera sostenible y rentable, para cumplir con su misión trascendente de proveernos de alimento. No trabajan solo por el pan de sus hijos; lo hacen, sobre todo, por el pan de los hijos de todos los demás.

INTRODUCCIÓN

Comienzo a escribir estas líneas en Córdoba, en el verano de 2023. El estruendo de las chicharras llega matizado por las ventanas cerradas, a la andaluza. Su penumbra cómplice nos protege del calor. En un rato, cuando refresque, daré un paseo por los rastrojos agostados en los que yeguas, vacas y becerros apuran los restos de la siembra de avena una vez segada y empacada. El almiar, ya disminuido, debe garantizar el alimento del ganado hasta que el agua generosa de otoño reviva pastos y temperos. Que las estacio­nes, desde siempre, con su lento y cierto pasar, marcaron los ritmos de la vida y la agricultura. Clima y mundo rural, en estrecho -aunque no siempre bien avenido- matrimonio.

Este año agrícola ha sido seco. La maldición bíblica de la falta de lluvias vuelve a golpearnos con su estropicio en cosechas, reser­vas hídricas y ánimos. Crucemos los dedos porque a partir de otoño llueva larga y mansamente, como gusta a la gente del campo. Que veneros y fuentes resurjan, que los arroyos corran, que embalses y pantanos se llenen, que las siembras nazcan sanas y fuer­tes, que la arboleda fructifique generosamente. Deseos que parecen bíblicos, pero que laten por igual en los agricultores y ganade­ros de hoy, profesionales que miran los pronósticos del tiempo en los portales meteornlógicos de sus smartphones con la misma angustia con la que siglos atrás observaran nubes, hormigas y cabañuelas.

De hecho, esta misma reflexión que hago delante de mi ordenador portátil bien podría haberla realizado un agricultor de hace cien, doscientos, quinientos años. La siega, los rastrojos aprovechados para el ganado durante el estío, el deseo de lluvia... Sólo el almiar, ahora mecanizado, marcaría una diferencia sensible frente a los antiguos, entonces conformados manualmente por los restos de las gavillas tras el paso de la trilla en la era. Todo parece igual... pero, sin embargo, todo ha cambiado. Las técnicas agronómicas han avanzado tremendamente y el sector primario, un sector de vanguardia, ha estado presto en incorporar las nuevas tecnologías para la mejora de sus producciones. Mejoras genéticas, nuevas técnicas de cultivos, optimización de regadíos e incor­poración de la digitalización a su cadena de valor, entre otras muchas innovaciones, han incrementado sensiblemente los rendi­mientos agrarios, que se encuentran comprometidos con los valores irrenunciables y hermosos de sostenibilidad y respeto al me­dio ambiente. Gracias al esfuerzo innovador de las gentes del campo y de sus científicos, técnicos y profesionales, los agricultores, ganaderos y pescadores pueden dar de comer, con generosidad, abundancia y calidad, a una población mundial que se ha multipli­cado por cuatro en el último siglo. Una proeza digna de ser valorada, admirada y alabada.

Pero, desgraciadamente, no ha sido así. La sociedad, lejos de agradecerles su sacrificado esfuerzo, les apunta con su dedo acusa­dor. «¡Culpables!», parecen decirles. Los agricultores, ganaderos y pescadores, españoles y europeos,son despreciados, minusvalo­rados, cuando no abiertamente insultados, como retrógrados, parásitos, rémoras, enemigos del medio ambiente y maltratadores animales. Los jóvenes huyen del sector, los campos se quedan vacíos. ¿Quién quiere trabajar en el campo después de décadas de precios ruinosos y de cruel desdén colectivo? Hace años, ante esta injusta realidad, comencé a barruntar que el campo terminaría vengándose de quienes lo despreciaban de forma tan necia y cruel. Y que lo haría al modo bíblico de escasez y encarecimiento de los alimentos. Inicié entonces una serie de artículos en los que trataba de explicar -explicarme-cómo se podía haber alcanzado una situación tan peligrosa y desatinada. Y, una y otra vez, llegaba a la misma conclusión: la venganza del campo, tarde o tem­prano, tendría que llegar. Desgraciadamente, el tiempo dio la razón a aquella intuición primera. La venganza del campo ya está aquí, entre nosotros, amenazando despensas y bolsillos.

Y ahora que los precios de los alimentos suben y la patita de la crisis alimentaria en los países pobres asoma por debajo de la puerta es cuando los responsables de la cosa comienzan a desligarse de su indolente somnolencia. Bienvenidos sean al club de los advertidos. Pero ¿qué es lo primero que han hecho para justificarse? Pues atacar y responsabilizar de la carestía alimentaria a dis­tribuidores y agricultores. Increíble, pero cierto. Siguen sin comprender que los profesionales del sector primario son parte de la solución, que no del problema.

Abrazado por el estridente criii de las chicharras del exterior, releo algunas noticias de la prensa digital. Los alimentos suben y suben. Cuando otros indicadores de la cesta de la compra, después de los episodios de alta inflación de 2021 y 2022, comienzan a remitir, el rubro de comida se empeña en mantener su tendencia al alza.Los alimentos han escalado de manera sensible durante los dos últimos años.Las familias lo notan en sus bolsillos, castigados también por la subida de los tipos de interés. Y compruebo, una vez más, cómo los responsables públicos, perplejos ante el hecho inédito de que los precios agrarios no estén por los suelos, arremeten de nuevo contra sus chivos expiatorios preferidos, distribuidores y agricultores, para justificar así sus propios yerros y desvaríos. Porque, como era de esperar, ni las leyes, ni las políticas que llevan años promulgándose, ni los discursos sociológicos dominantes en la sociedad actual tienen responsabilidad alguna. No. Ellos lo hicieron bien, vienen a decirnos. Y, entonces, ¿quién es el responsable de que la comida -buena, bonita, barata- a la que estábamos acostumbrados se encarezca inesperadamente? Pues, con dolor, rabia e indignación, tenemos que soportar su infundado veredicto: los culpables son las cadenas de distribución y los agricultores, ganaderos y pescadores, entes avariciosos que acumulan capital y especulan con la miseria de los demás. Así de simple, así de injusto, así de equivocado, así de peligroso. Pura demagogia que provoca y ceba, sin que sean ni siquiera conscientes de ello, la venganza del campo que nos ocupa.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí ¿Cómo ha sido posible que la sociedad desprecie a los que le dan de comer? Pues de eso va este corto ensayo. De tratar de comprender los porqués y los cómos de la situación paradójica y contradictoria en la que vivimos. Por una parte, castigamos a los agricultores, mientras que, por otra, exigimos alimentos abundantes y baratos. ¿Por qué los agri­cultores, los ganaderos y, por extensión, los pescadores hemos pasado de héroes a villanos? ¿Por qué la sociedad actual no solo no nos valora,sino que, al contrario, nos considera enemigos del medio ambiente, parásitos de la pac, señoritos de otros tiempos? En este opúsculo vamos a tratar de responder a estas preguntas, mucho más profundas de lo que aparentemente pudieran parecer. Han sido necesarias décadas para llegar- y no solo en España, sino en toda Europa -hasta el punto de paradójica perplejidad en el que hoy nos encontramos, con una sociedad que quiere alimentos abundantes, sanos y baratos, pero sin agricultura ni agricultores; carne sin ganadería ni ganaderos; pescado sin pesca ni pescadores. Una sociedad que protesta por el encarecimiento de los alimentos al tiempo que prohíbe los trasvases, persigue a las granjas o cuestiona los regadíos, entre otras muchas limitaciones, restricciones o prohiciones que el sector primario sufre cada día. Sorprendentemente, ¿verdad? Pues, desgraciadamente, es la realidad co­tidiana en la que vivimos y laboramos.

Es bueno que seamos conscientes de que, al menos en gran parte, esta realidad la hemos construido entre todos. El rechazo a la agricultura, que lleva décadas gestándose, es un fruto de los ideales, valores y políticas de una sociedad eminentemente urbana, conformada por personas en general bienintencionadas que creen hacer lo correcto cuando con sus leyes persiguen a la produc­ción agraria. Por eso, en algunos de los artículos utilizo el plural nosotros para comprender las dinámicas que colectivamente nos afectan, las comparta personalmente o no. No se trata, pues, de una historia de buenos ni de malos. Es, simplemente, la historia que es, la que vivimos, la nuestra, la que entre todos construimos. Insistiré en que es nuestra sociedad, la que conformamos entre todos -jaleada, en ocasiones, por discursos interesados-, la que ha ido generando las dinámicas, los ideales y los imaginarios que condicionan y condicionarán a la actividad agraria, trenzando un cesto en el que se mezclan conceptos como los de naturaleza y salud, confrontándolos, que no aunándolos, con las producciones agricolas y ganaderas.

A lo largo de estos años, los agricultores han protestado con sonadas tractoradas, sin que, a la hora de la verdad, nadie les haya he­cho caso. El rosario de normas de todo tipo que dificulta o imposibilita su actividad continúa desplegándose con fatales conse­cuencias. Agonizan sin que a la sociedad que alimentan parezca importarles lo más mínimo. ¿Cómo, nos repetimos, hemos podido llegar a esta triste, injusta y suicida situación?

Pues, precisamente, estas líneas persiguen comprender la compleja dinámica sociológica, económica, política y cultural que hasta aquí nos condujera. Una dinámica occidental de valores e imaginarios compartidos que ha fluido retroalimentándose de manera independiente al color político de los partidos y Gobiernos. Se trata de algo más profundo que la política partidista, pues en verdad hablamos de la materia esencial que late en el corazón mismo de la sociedad; sociología, inconsciente colectivo, espíritu del siglo, llamémoslo como queramos, pero del que no podemos sustraernos porque formamos parte de él. Por eso, es preciso com­prenderlo, antes de tratar de enmendarlo o de plantear soluciones y alternativas. Ese es el objetivo de este ensayo breve que, estructurado por los artículos escritos a lo largo de años y acontecimientos, muestra el camino que hasta aquí hemos recorrido, pen­sado y vivido.

No escribiré estas palabras con el tono melancólico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No, no lo haré. De hecho, creo fir­memente que vivimos en unos de los periodos más apasionantes de toda nuestra historia como especie. Por tanto, quien me acom­pañe a lo largo de este breve recorrido no encontrará un quejío por lo que la agricultura fue y ya no es, sino un relato, apasionado y reflexivo, de las principales dinámicas que han hecho mutar, en gran medida, al mundo rural y a la visión del agricultor por parte de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Creo que aún podemos enmendar la situación y en contra el justo equilibrio entre pro­ducción agraria, garantía alimentaria, nuevas demandas urbanas, sostenibilidad y medio ambiente. El fracaso en este esfuerzo no­ble tendría como consecuencia cierta la terrible venganza del campo que se adivina y que, al modo bíblico, repetimos, nos castiga­ría con la escasez de alimentos y su brutal encarecimiento.

Pero, antes de continuar, quizás deba explicar brevemente el porqué de mi interés en esta materia, de extraordinaria importancia aunque ignorada mayoritariamente por nuestra sociedad. Procedo familiarmente del mundo rural y agrícola. Aunque me crie en una gran ciudad, Sevilla, los fines de semana y las vacaciones fueron, en gran medida, para el pueblo y el campo. De hecho, en el campo vivo y agricultor y ganadero ecológico soy. Muchos de mis familiares y amigos son agricultores. Casi todas mis aficiones tienen al campo y a la naturaleza como escenario. Soy ingeniero agrónomo por la Escuela Técnica Superior de Córdoba. Mientras estudiaba trabajé en muchas ocasiones como peón agrícola para ganar algún dinero. Cogí aceitunas de mesa en Sevilla, vendimié en Tierra de Barros (Badajoz), recolecté peras en Inglaterra, trabajé en diversas faenas agrícolas en un kibutz israelí, arranqué monte a mano o pesé corchas en una ancestral cabria en Huelva, entre otras faenas agral'ias que me hicieron comprender y respe­ tar aún más a la gente del campo y a su sufrida dignidad. Me inicié en el mundo laboral en una casa de maquinaria agrícola en Va­lencia y pasé a continuación a la ingeniería agronómica y agroindustrial, en la que estuve años hasta que el destino me condujo hasta la política. No estuve demasiado tiempoen ella, aunque guardo buen recuerdo de vivencias, compañeros y debates, a los que debo cierta perspectiva como observador. La vida me llevó a otro mundo que me apasiona, el del trabajo y el empleo, que también posee sus especificidades en el sector primario. Hoy, como editor y escritor, observo con atención el mundo en el que habito, con sus errores y aciertos, y trato de comprender y anticipar las dinámicas que lo impulsan. Como último apunte, mi afición a la divul­gación arqueológica me acercó a las dinámicas históricas que transformaron pueblos, culturas y civilizaciones.

Sobre todo lo anterior, mantengo una viva curiosidad por lo que me rodea y he tratado de explicarme el porqué del desprecio ac­tual hacia la producción agraria. Por eso, desde hace años escribo artículos sobre las dinámicas sociológicas que afectan a la agri­cultura, artículos que suponen, al recogerse en este libro, las huellas de un camino de décadas que nos ayudará a comprender las situaciones que vivimos. Esa es la razón por la que presento los artículos ordenados de manera cronológica. Los primeros, escritos en 2009; el último, a finales de agosto del 2023. He respetado, prácticamente en su integridad, los textos originales, lo que per­mite, con la lucidez del momento, el conocer cómo ha evolucionado la percepción de la agricultura, ganadería y pesca a lo largo de estos últimos años. Algunas ideas fuerza se repiten en val'ios artículos, pero no he querido eliminar estas redundancias para asen­ tar los principios motores de la dinámica a estudio. Pido disculpas por esas reiteraciones, qee deben ser entendidas como lo que son, ideas fuerza engarzadas en un rosario de artículos escritos y publicados a lo largo del tiempo.

Quiero agradecer a los medios de comunicación que los publicaron, medios de comunicación que indico en cada artículo junto a la fecha en la que vio la luz y que todavía permiten consultarlos en la red. Muchas gracias a todos ellos.

Cada artículo es como un fogonazo que ilumina la visión sobre una materia en un momento determinado. Artículos que abordan cuestiones agrícolas, ambientales y sociológicas; artículos que dibujan retazos de la contradictoria relación que mantiene una so­ciedad que precisa de alimentos con aquellos -agricultores, ganaderos y pescadores- que se la proporcionan. No se trata de una pintura realista, con profusión de detalles, sino de una impresionista, de brochazos enérgicos e incompletos, para vislumbrar una realidad a base de sus parcialidades. No pretendo abordar la complejidad del mundo rural en su totalidad, sino tan solo apuntar a su función primordial de proveedor de los alimentos que precisamos. Por eso, actividades tan hermosas, positivas e importantes como las del turismo rural, turismo activo y de aventuras, caza, guías de fauna, gestión forestal, entre muchas otras, no son abor­dadas en estas lineas,centradas, repetimos una vez más, en cómo y por qué el campo se vengará al modo bíblico de la sociedad que olvidó y despreció su función primordial de producción de alimentos.

Tampoco entro a analizar las diferentes agriculturas. No es un ensayo agronómico, ni ganadero, ni pesquero. A nuestros efectos, son considerados como productores de alimentos, independientemente de que lo hagan de manera intensiva o extensiva, ecoló­gica o integrada, de regadío o secano; actividades, en todos los casos, muy dignas que producen los alimentos que precisamos. Huiré de datos, de informes técnicos, de bibliografía, de cuadros, de gráficos, que haberlos, haylos, en abundancia y razón. Pretendo que sea el sentido común el que nos muestre la incongruente paradoja en la que habitamos, la del querer alimentos variados, abundantes, sanos y baratos mientras atacamos con saña a la actividad agraria y a las gentes que la desarrollan.

Se trata de un debate necesario, porque, desgraciadamente, seguimos en la misma dinámica de años, como el lector fácilmente podrá comprobar. Los alimentos, más allá de cuestiones climáticas, suben por los desajustes de la desglobalización y por las res­tricciones y dificultades de todo tipo que el sector agrario, despreciado, ha experimentado durante estos últimos años. La desglobalización ha añadido incertidumbre e inseguridad a la cadena de suministros, lo que cebará la subida de precios agrarios. Tam­poco la distribución es la responsable de la subida. Al contrario, su poder de compra, muy superior al de los productores, deflactó y deflacta los precios agrarios, presionando a la baja lo que percibe el agricultor, hasta, en ocasiones, el mismo punto de ruina. Pues ese es el panorama. Más personas que alimentar, pero menos terreno, menos agua y menos agricultores, encima despreciados y perseguidos, sujetos, además, a todo tipo de limitaciones. ¿Qué podría salir mal?

Pese a todo, con voluntad, hay capacidad agronómica más que suficiente para dar de comer a todo el planeta. Hace falta inteligen­cia, voluntad, tecnología y, también, discurso para que la sociedad los deje trabajar con rentabilidad. En efecto, son los discursos dominantes en la sociedad los que hacen que las actividades del sector primario resulten juzgadas con mayor severidad que otras con mayor impacto en el medio ambiente. Nos llama poderosamente la atención cómo no se aplican los mismos criterios ni medi­das en materia de sostenibilidad, por ejemplo, a las inversiones agrarias que a las denominadas inversiones verdes. 
¿Por qué se cri­tican y condenan los costes ambientales de las conducciones de agua para regadíos o trasvases y, sin embargo, se acepta pacíficamente la construcción de complejísimos gaseoductos para hidrógeno que atraviesan toda la península, a pesar de tener un im­ pacto mucho mayor que los primeros y, también, mucho más riesgo y peligrosidad? No nos oponemos al hidrógeno, que nos parece muy bien; lo que denunciamos como injusto es la doble vara de medir.

Más ejemplos. El desarrollo de las energías renovables es necesario y positivo, siempre que se les apliquen los mismos criterios y normas que a la actividad agraria. Pues bien, desgraciadamente, no es así. Hace unos años se levantó una fuerte polémica por los cultivos dedicados a biocombustibles. Se argumentó que, existiendo todavía hambre en el mundo, no debía dedicarse suelo agrí­cola para producción energética, en cuanto que se reducía la producción de alimentos. Y razón tenían. ¿Por qué, entonces, acepta­mos encantados y sin debate alguno el que sedediquen miles de hectáreas de tierras fértiles a la instalación de paneles fotovoltai­cos? ¿No desviamos en este caso suelo agrícola para producción energética? ¿Por qué nadie protesta cuando estas centrales foto­ voltaicas -algunas, de enorme superficie- son tratadas sistemáticam ente con herbicidas para que no crezca pasto bajo los pane­ les? ¿Por qué nadie protesta, entonces? A lo largo de este recorrido descubriremos las razones de la doble vara de medir ya rese­ñada. La sociedad no toma sus decisiones por cuestiones técnicas, sino que principalmente lo hace por las ideológicas y morales. Si se quieren cambiar las dinámicas, habrá que trabajar, y mucho, en pensamiento, relato y discurso.
Agricultores, ganaderos y pescadores tendrán que, además de llevar sus cultivos, sus granjas y sus faenas pesqueras, construir un discurso que convenza a la sociedad que los olvidó. No será fácil, pero aún estamos a tiempo. Este libro espera, como ya hemos dicho, poder poner su granito de arena en esa gran contienda de las ideas y los imaginarios confrontados. Si existe una estrategia energética, ¿por qué no habría de existir una alimentaria, más necesaria y perentoria aún?

La agricultura ha superado enormes retos técnicos y agronómicos, pero le ha faltado la construcción de discurso y de comunicación. La sociedad actual precisa de ese relato que sitúe a agricultores, ganaderos y pescadores como garantes de la alimentación variada, sana y sostenible que demanda. Pero, para ello, la actividad primaria ha de resultar rentable y valorada. Solo así se atraerá talento joven y se podrán financiar las muchas inversiones aún necesarias para las mejoras a las que el sector se compromete. El sector agrario de hoy es plenamente consciente de que debe incorporar a su quehacer cotidiano los conceptos de nuevas tecnologías, digitalización, inteligencia artificial (IA), salud, calidad, trazabilidad, economía circular, optimización energética, ecología, balance de CO2 y sostenibilidad. De esa necesaria sensibilidad ambiental se ocupan algunos de los artículos que leerá sobre el avance del bosque y de la fauna salvaje. Los agricultores deben ser apreciados como aliados del medio natural, nunca percibidos como sus enemigos. 

Los agricultores son -y quieren serlo- socios necesarios para que disfrutemos de un medio ambiente mejor. De hecho, fue el mundo rural, que no el urbano, quien conservó la naturaleza que hasta nosotros ha llegado. Los profesionales del campo viven en nuestra sociedad actual y comparten  sus  valores. Pero desean que se les respete, que se les valore y que se les deje trabajar con rentabilidad  en su función principal, que es la de producir alimentos. Son gentes duras, abnegadas, dispuestas a seguir alimentando a una sociedad que, pese a su ignorante desdén, los precisa hoy más que nunca.

Pero no nos extendamos más. Que sean los artículos los que nos muestren el camino recorrido. Y, como primer paso, retrocedamos hasta agosto de 2009. Un año antes, en 2008, se había sustituido el tradicional nombre del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación por el de Ministerio de Medio Ambiente y Mundo Rural y Marino. Al parecer, a los responsables públicos del momento les avergonzaban las palabras anticuadas de agricultura, pesca y alimentación, al punto de que decidieron sustituirlas por otras más molonas, al gusto de los tiempos. ¿Cómo no escribir, entonces, por vez primera, lo de la venganza del campo por venir?

Exministro y ganadero alerta: "La venganza del campo ya está aquí"

domingo, 28 de abril de 2024

"HOMOGENEIZADOS Y ATOMIZADOS" por JUAN MANUEL DE PRADA y LIBRO "EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS" por RENÉ GUÉNON

HOMOGENEIZADOS 
Y ATOMIZADOS

Leo una entrevista a un hombre que presume de haber visitado absurdamente «todos los países del planeta» (como si para conocer el mundo entero no bastase con quedarse uno quietecito en su pueblo). Cuando el entrevistador le pregunta cuál ha sido, entre todos los que ha visitado, el país que más le ha sorprendido, el visitador afirma: «Diría que Corea del Norte, porque es único: la sociedad está estrictamente regulada y te sientes en un mundo paralelo lejos de nuestros cánones: la ropa, las costumbres o la arquitectura, que sólo ves por allí por el hermetismo imperante, te sorprende y descoloca». Es una respuesta digna de estudio.

Por un lado, al viajero impenitente le sorprende que exista un país cuyas gentes no se ajustan a «nuestros cánones» en su atuendo, no repiten las costumbres que rigen para el resto del planeta y, para más inri, viven en casas que «sólo ves allí». Es decir, le sorprende lo que debería parecerle normal. Cuando yo era niño, todavía alcancé a estudiar los atuendos distintivos de las diversas regiones españolas, y también sus construcciones particulares (el pazo, la masía, el caserío, etcétera). En realidad, lo sorprendente no es que las gentes de regiones distintas (y no digamos de territorios tan exóticos como Corea) vistan de formas distintas o construyan viviendas variadas, sino que vistan de forma estandarizada y vivan en cuchitriles cortados por el mismo patrón. Pero el visitador de la entrevista, para explicarse la distinción de los coreanos, necesita urdir razones que se nos antojarían estrambóticas, en un mundo que no estuviese desquiciado: los coreanos visten de forma distintiva y cultivan costumbres propias porque viven en una sociedad «estrictamente regulada». En cambio, que un señor de Albacete y otro de Tokio vistan igual y vivan en casas semejantes se nos antoja algo propio de sociedades libres.

Se trata, naturalmente, de un completo contrasentido. La uniformidad de la vida manchega y japonesa no es natural, mucho menos espontánea, sino forzada; no por una regulación estricta como la coreana, sino por una coerción invisible que moldea alevosamente nuestras conciencias y convierte nuestra humanidad distintiva en una papilla homogénea. Hemos sido configurados –o reseteados– por un capitalismo global que nos ha obligado (muy dulcemente, sin que advirtiéramos la ingeniería que actuaba sobre nuestras almas) a renegar de nuestras costumbres, para imponernos formas de vida por completo extrañas a nuestras tradiciones que, sin embargo, aceptamos estólidamente, como si tal homogeneización fuese deseable y venturosa (y no una forma monstruosa de sometimiento). Pero, para completar esta ingeniería proterva, el capitalismo ha tenido que suplir la querencia natural que toda persona siente hacia las tradiciones propias por una fragmentación de esa papilla homogénea en identidades variopintas que nos hagan sentir 'especiales', con una finalidad doble: por un lado, la creación de nuevos 'nichos de mercado'; por otro, el azuzamiento de antagonismos sociales que encizañan a los miembros de una misma comunidad, para debilitarla, creando un hormiguero de 'nuevas identidades'. 

El capitalismo SALVAJE (Y EL COMUNISMO) nos quiere convertidos en papilla homogeneizada, pero al mismo tiempo a la greña, dividida en grupúsculos muy reivindicativos y pretendidamente singularizados (por su raza, por su religión, por su sexo, por su 'género'), cada vez más atomizados: feministas transgénero, homosexuales negros, curas casados, ecologistas no binarios, parados lesbianos, etcétera. Así, cada atomización sucesiva genera unas reivindicaciones propias (o sea, un 'nicho de mercado'), cuanto más estrafalarias mejor, acompañadas de 'debates' que convierten la vida social en un manicomio de loritos sistémicos que se consideran especialísimos, distintivos y únicos, aunque todos vistan los mismos harapos, aunque todos vivan en los mismos cuchitriles, aunque todos regurgiten las mismas consignas (que les han instilado en sus conciencias reformateadas).

Esta labor a la vez homogeneizadora y atomizadora que realiza el capitalismo, para convertirnos en papilla de gentes enviscadas nos recuerda la acción de los demonios, según se nos describía en los viejos tratados de teología. Los demonios odian la diversidad humana, que perciben como una afrenta, y necesitan uniformizar a los hombres, hasta convertirlos –a su imagen y semejanza– en hormiguero o legión; pero, a la vez que uniformizan a los hombres, los demonios los encizañan y enviscan (de ahí que los llamemos diablos, que significa 'separadores'). Así, infestándonos malignamente, el capitalismo ha contrariado nuestra naturaleza diversa y vinculada, convirtiéndonos en una papilla homogeneizada y atomizada. Pero los raros son los coreanos.

1945 - René Guénon - El Rei... by Jorge Ramalho


sábado, 27 de abril de 2024

LA SOCIEDAD PERDIDA (III): "LA NEGLIGENCIA POLÍTICA", "LA INCAPACIDAD DE REBELIÓN" e "IGUALDAD SOCIAL" por ANTONIO HR

LA SOCIEDAD PERDIDA

La negligencia política 
de la sociedad española


El accidente, es inconsciente, es imprevisto, es repentino, es incontrolable, es inédito, no se podía haber evitado; la negligencia, es consciente, en algunos casos, sin necesidad de ser a propósito, en cambio, se termina dando o se deja o permite que se dé, no es que se pudiera haber hecho mejor, es que se podía haber parado y evitado, la negligencia es controlable, es cómplice, el daño ya está hecho.

Siguiendo la estela del propio Régimen de los partidos del Estado, el rastro de fracaso y derrota que va dejando a su paso el consenso o unanimidad en el pensamiento entre quienes habitan dentro de la veda legal de la acción política, lo que ha traído esta forma sociopolítica a los españoles desde la Transacción a la muerte del Dictador hasta este estado actual de las cosas, es la necesidad por parte de los artífices del “tinglado”, herederos del Régimen anterior, y a lo largo del actual Régimen, mediante sus sucesores, de mantener lo único que hoy puede sustentar, por razones fundamentales, los pilares esenciales del mismo Régimen del 78, que es el cinismo y la corrupción, y la ficción del bienestar público y la justicia social. Así han aprendido a crecer las últimas generaciones de españoles. En la costumbre de la corrupción. En la costumbre de la corrupción. Lo inédito pues, en España, es que los políticos estuvieran en la cárcel. No es de extrañar entonces y como resultado lógico de la experiencia partidocrática, la situación de hastío, de desesperanza y de impotencia de la mayoría de las personas, que resume y refleja el panorama público en España, y que, cualquier ser, puede observar allá donde se encuentre, dentro de nuestras fronteras, un verdadero desguace desolador. De lo que fue a lo que es, o, mejor dicho, a lo que ha dejado ser. Y como todo lo público no se puede tapar o esquivar, ni puede ser interpretado como una opinión personal, ya que es un hecho, y porque no está sino a la vista de cualquiera, ninguna persona sensata, cabal y decente puede negar pues la perentoriedad de un cambio drástico que pare la evidente situación de demolición de la Nación española. El estado de la moral que sufren hoy una gran mayoría de los españoles, que están extraviados en el Régimen partidocrático, resulta peligroso, no sólo para el transcurso de la vida en sociedad o el crecimiento mismo de la propia persona, sino en lo que se refiere al porvenir de las generaciones venideras.

Todo el edificio partidocrático trasciende, al final, como se puede observar claramente, en una expansión de la corrupción, de lo que se puede tocar y de lo que no, de lo físico y lo espiritual, hasta los últimos cabos de la nación, en toda situación y momento, y, que, en el transcurso del deterioro de todo, ya no se encuentra cabida para más infamia sino es en el descaro y la impudicia de quienes observan desde el poder la impasividad de los españoles. Los más cobardes sonríen bufonescamente mientras adulan a los amos que instituyen y camelan. Los que no saben o no quieren saber, transcurren de un modo insolente o indiferente hacia los asuntos públicos. La pereza, que es pecado capital, y la actitud general de quietud social, propia de las necrópolis, dan ventaja en la carrera política a los oligarcas para avanzar en sus planes y objetivos por mantener el poder, mientras custodian, agradecidos por sus adeptos votantes, a una sociedad cada vez más exhausta y agonizante ante las injusticias y la corrupción. La realidad perdularia existencial de la sociedad española nos está dejando ver hasta dónde llega su peor cara, no sólo observando la nula aptitud para la reacción, sino siendo la desconfianza y el fanatismo hechos y actitudes entre convecinos, e incluso entre familiares, cada vez más cotidianos. No puedo dejarme en el baúl del olvido, el gran motivo por el que, la sociedad española, muestra aversión a la reflexión, a la sensatez y al consejo, esas son las recalcitrantes y vetustas ideologías que usa la propia propaganda para el teatro de los sueños, que, manteniendo las urnas llenas de ofuscados, más que promover una solución, son la causa que mantiene a los españoles apartados de su realidad política.

Por consiguiente, a todo lo anterior escrito, y porque la realidad intelectual histórica de los españoles trae un inmenso océano de desconocimiento sobre los asuntos públicos, ya que el Estado ha sido siempre, y sigue siendo hoy, quien organiza la vida pública en España, y como nunca tuvieron la experiencia los españoles del peso de la responsabilidad de decidir su futuro en Libertad, ni de elegir las formas de gobierno ni quienes les han de gobernar, es normal que la reacción, que no es acción política, como un ciego ebrio en mitad de una estampida, sea la conocida indignación social continuada y permanente. Pasto para el poder. Indignación que reconoce esos efectos, como la infamia, la injusticia y la corrupción, esas penurias que, al que más o al que menos, le llamaron a su puerta, pero que, sin embargo, se equivoca en su apreciación, no da crédito de las causas que los produce, no da con la clave para zafarse, así de simple que, porque si diera con ella, no se indignaría. El indignado termina en el delirio y el hastío. Un indignado sólo puede ser eso, una persona que no sabe, que ignora las causas que le indignan, y que, en su intento por sacar la cabeza para coger aire votando o saliendo a la calle a manifestarse pidiendo Derechos u otras incumbencias, ve la derrota en el intento de acción haciéndola fracasar siempre, se ahoga en las arenas movedizas del mismo Régimen al que pretende combatir. Un indignado, cuanto más se mueve, más se hunde, por eso no es apto para una acción política inteligente.

Sin embargo, aquellas personas que se han liberado del juego partidocrático, que han aceptado el error de haber votado alguna vez, que han superado su soberbia; que han visto la gran mentira en la que viven los españoles y lo dicen o lo denuncian, que asumen la realidad con responsabilidad cívica, con integridad en los asuntos políticos y que no se dejan engañar por el primer pregón político en escena, lo primero que se les ocurre, por decencia, es NO VOTAR A NADIE, seriamente, en conciencia, sabiendo que es un juego fraudulento; no creo que haya otra manera de caminar con dignidad en España hoy. Aquellas personas reciben el nombre de Repúblicos, estadistas de la política, que conocen bien los asuntos del poder, que caminan con la aptitud del que sabe hacia dónde se dirige, sin temor en su andadura contracorriente a lo preponderante, que es lo anormal y lo deprimente, y por destacar en su actitud ante una sociedad incapaz, darán ejemplo de ciudadanía, revolucionan lo establecido, ya que, tienen el control de su posición política, y porque, ya no es posible que caigan más veces en la pretensión de ir a las urnas del Estado de partidos a legitimar la desgracia. Una vez abiertos los ojos ya no hay peligro. Aquellos, saben que la penuria y la calamidad se encuentran en la ausencia de Libertad Política Colectiva y de Democracia, que la corrupción sistemática de todas las instituciones, y también la división social, que va en aumento cada día, se da porque no hay separación de poderes Legislativo y Ejecutivo, es decir, porque España no tiene aún una constitución en vigor. Esto no es una reflexión de izquierdas ni de derechas, esto es un hecho político real, que existe y se está dando a diario, y que echa de menos la voluntad de la sociedad española para cambiar la situación de las cosas; empezando por una reflexión moral y de valores cívicos. Ya la realidad y los hechos ponen en evidencia el temor que hay para oponerse a quien abusa de poder, ya las urnas delatan la voluntad de los españoles, puesto que, no sirviendo para la elección de nada, no siendo representativas del elector, sólo pueden mostrarnos la servidumbre voluntaria de un pueblo que se somete ciegamente y por devoción a los que le hacen agonizar. El cinismo y la demagogia partidista ha sedado las mentes débiles y despistadas de la mayoría de los españoles, que han hecho del Estado sin control una religión por bandera; no importa si la mofa, la humillación, la mentira y el vasallaje llegue a la mesa de los españoles, 2/3 de ellos siguen diciendo que siga el juego tortuoso de la partidocracia. Quizá sea a base de golpes de la manera que muchos tengan que aprender antes de haber reflexionado sobre lo que aquí escribo, del mismo modo que muchos otros han tenido ya la experiencia en la calamidad.

Los españoles se equivocan. El Estado de partidos en España se mantiene vivo gracias a los cobardes, los cínicos, los neutros y los oportunistas. Por aquellos que miran para otro lado ante la barbarie sociopolítica que nos ha acompañado y que acontece, y por aquellos que son incapaces de hacer oposición a la oligarquía de partidos descontrolada que hay dentro del Estado en España. Por aquellos que callan y están en connivencia con el juego social y político, y los que esconden su convivencia con la posición pusilánime de la excusa fácil de alegar que el cambio es imposible, mientras llevan de la mano las listas de partido, que ellos no han elegido, que les hace culpables igualmente de la corrupción, y que con su papeleta mantienen. Por aquellos cínicos que presumen de constitucionalistas sin existir una constitución que un solo juez en toda España pueda aplicar. Por los que participan de esta imparable degeneración de todo lo público acomodados a las prácticas de la ideología imperante de todos los partidos estatales, que es la Socialdemocracia. Por aquel tahúr de muchos, que, por motivos ideológicos reaccionarios, colmados de oportunismo en las urnas, niegan la realidad política legítima en el ejercicio de los españoles en las urnas encarnada en la degeneración del franquismo; republicanos de la Monarquía puesta por Franco; impostores que llaman concordia y reconciliación a lo que es realmente reparto de botín. Por aquellos que participan y han participado por miedo al “qué dirán”. Por los traidores a la Libertad Política y la Democracia. Por los que votan a facciones inmersas en la corrupción y el crimen de Estado, el mismo Estado administrativo Legal de Franco en los tiempos lóbregos y corroídos actuales de su ocaso, corrompido por el oportunismo, el vicio y la licencia; por el consenso entre antiguos enemigos. Esos son, los que, en silencio cómplice, de la mano con su fechoría y falta de valor humano y moral, permiten que su servidumbre y esclavitud siga más en vigor que nunca. Ustedes se han equivocado y se equivocan queriendo votar para arreglarlo. Los tiempos venideros, la verdad de las nuevas generaciones, la realidad de la historia y la experiencia, irán dibujando vuestras siluetas y moldeando la forma de vuestras caras en los lares más temibles y terribles de la Historia de España. Ustedes se hallarán en el desagradable recuerdo para la eternidad.

La incapacidad de rebelión 
y las aguas estancadas del franquismo.

Más que aprender de las consecuencias empíricas que ofrece esta forma de gobierno de Estado de partidos, y así, naturalmente, rebelarse y poder defenderse de los abusos e injusticias sociales, millones de españoles prefieren seguir buscando la solución al problema político durante el extenuante recreo y agobiante espectáculo dentro del patio donde siempre ha perdido la partida y nunca ha encontrado nada, más que corrupción, cinismo y humillación; esto es, que millones de españoles siguen atendiendo a la propaganda, indignados, y confiando en las listas de empleados que ofrece el poder, que son las facciones del Estado, que son el motivo de tal indignación, las cuales, anormalmente, apoyan en la urna. Y como la educación y el aprendizaje, en cuestiones públicas, solo puede venir, con la experiencia personal, de la mano de la Libertad Colectiva, porque sin Libertad Política un pueblo no puede madurar, los españoles generalmente permanecen así en una infancia y un estado cándido y pueril profundo, y como en España no ha habido un cambio de Régimen político desde la Guerra Civil hace ochenta y cuatro años sino que actualmente se vive en una Reforma de lo que existía antes, sin ruptura moral ni política, la mayoría de españoles se ven impotentes y exhaustos, realmente exánimes, sin herramientas para protegerse de los golpes que inevitablemente produce un poder corrompido como el que hay en España. Y como no ha cambiado la forma de pensar, como no ha cambiado la moral de servidumbre, como persiste el miedo característico a desobedecer y a los asuntos políticos heredado de la Dictadura, como toda la educación política de los españoles, unas veces por tendencia y otras por tradición que inevitablemente se ha transferido de padres a hijos, dos tercios de los españoles aproximadamente votan, o tienen la intención de hacerlo, a sus verdugos en las siguientes votaciones porque quieren creerse aún que ahí está la salida, como digo, exactamente igual que lo hacían sus padres y sus abuelos en la Dictadura, sin Libertad Política ni Democracia. Es decir, sin querer madurar.

El pensamiento público de la sociedad española no ha salido del recalcitrante patio de la servidumbre voluntaria y del miedo, de la represión mental, por consiguiente, viven con un pavor y un retroceso o complejo en las consideraciones de más calado en su vida pública acompañado por un enaltecido sentimiento de culpabilidad y rencor. Es normal que los españoles no crean ni tengan ilusiones ni esperanzas puestas en nada, ya que no creen ni en ellos mismos. Lo único que ha variado para la sociedad española ha sido que, sin cambiar las estructuras de poder durante el tránsito de un Régimen a otro de manera legal, sin haber hecho tampoco una ruptura moral con la Dictadura desde la Transacción política a la muerte del General Franco hasta la fecha, y en virtud de una Ley fundamental que no ha estado en vigor nunca ni puede estarlo y no condena los crímenes del Régimen dictatorial, la corrupción moral, y tras de ella, la institucional y gubernamental que genera el consenso político entre las facciones que se apoderan del Estado en el periodo de un Régimen a otro, es el motor de la relacion gobernado-gobernante, gobernado-gobernado y gobernante-gobernante. Esta corrupción en que las generaciones actuales han sido educadas en su máximo exponente, es algo que no conocían antaño, y que hoy se ha convertido en factor, no solo para poder gobernar, sino de convivencia social para las generaciones actuales, que a diferencia de las generaciones que vivieron el anterior Régimen, que no conocieron la Libertad, al igual que no la conocen aún hoy, pero en cambio, no era la corrupción por sistema un factor de vida política y social. Esta corrupción es aprobada y compartida hoy por una mayoría de españoles cada cuatro años en las urnas. Estos ejemplos de natural evidencia, esta forma de pensar y moral de las cuales empezamos hablando, en España encuentran el equilibrio en el cinismo, la mediocridad y la indecencia pública ya por costumbre.

La razón de vida para cualquier ser humano es la de su seguridad personal y su disposición social, su evolución y progreso, su triunfo en lo personal y colectivo, la creatividad y el desarrollo del talento, y como los efectos del Régimen de partidos impiden tales objetivos en las personas, hoy, cualquier rebelión social o individual tiene un cometido curativo, que va directamente relacionado y se origina en la conciencia para encaminar a la moral y darla oxígeno; y sirve también para dar ejemplo al vecino. Rebelarse u oponerse, no dar legitimidad o autoridad moral al poder corrompido siguiendo sus programas y matrices de conducta, o lo que es lo mismo, su propaganda mediática, política y social, es sano, es viable, robustece el alma y es en este momento necesario. Encontrar una persona así decidida, es sin duda un apoyo moral y de ánimo para aquellas personas honestas que se ven acorraladas por la corrosión de lo público y no sienten ya ningún interés en arreglar sus vidas porque no tienen ni las ganas ni la confianza en que pueda ocurrir un cambio; hoy esas personas nos encontramos rechazados y en muchas ocasiones estigmatizados por una sociedad de un único pensamiento.

Si no hay una respuesta lógica y natural de oposición a la constante degeneración de lo público que originan desde 1978 las facciones estatales, en virtud de la realidad social empírica, lo que hay entonces es soberbia y cerrazón, hay desidia y pirronismo moral, hay constante decadencia. No se puede vivir por encima de la realidad, ni por debajo tampoco; no se puede vivir ignorando el presente de corrupción; no se puede obviar el continuismo del legado de Franco mediante esta Monarquía putrefacta de corrupción puesta por el Dictador mismo; no se puede estar viviendo como si no pasara nada, en la inopia, o en la opinión y juicio personal, porque, lo que pasa, que son los hechos que están a la vista pública de todos, no tienen otra causa última y originaria que esa realidad insuperable por las generaciones de españoles actuales. Para el enfermado con la fiebre del consenso político, a quien las capacidades de su cerebro se han visto inutilizadas y atrofiadas a consecuencia de la prohibición de pensar, que es el resultado propio del consenso político, que son los efectos de su enarbolada reconciliación y concordia donde encuentran siempre su justificación política, la cura es el escepticismo y subjetivismo, conducidos y educados en la agonía del relativismo en cualquier ámbito y asunto del que se trate. El hecho de tratar a todo como si fuera una opinión y no un criterio verdadero es un síntoma inequívoco de una anomalía mental cuando se trata de describir algo o cuando hablamos de hechos ciertos y reales. Ese retraso es, no sólo mental en el sentido intelectual o psicológico, sino una anomalía y degeneración de la moral de los individuos, ya que no se puede tratar ya nada como verdad, de tal manera que la nación española ha tomado verdaderamente un aspecto propio de un centro psiquiátrico y un panorama de verdaderos seres enfermos, incapaces, de la mente puramente desquiciados. Sin cordura, sin sentido común y sin moral. Se vive con rencor, con ofuscación y con soberbia. Cualquier asunto se hace incapaz y se vive sin vergüenza. Se vive impotente.

Un engendro insoportable 
llamado “igualdad social”. 
La verdad parcial 
de la socialdemocracia.

Pasaré por aquí para dejar enterrado bajo tierra, con una simple y clara reflexión, el discurso y la intención que sostienen todas las facciones y agrupaciones políticas que habitan en Europa desde que terminó la Segunda Guerra mundial, y en España, a la muerte del Dictador, con los pactos del consenso entre antiguos enemigos, para volverse todos cómplices y pensar igual, y con ello, adheridos a la unilateral dirección política que toman todos los partidos europeos, imponer en España la ignominia, el cinismo y la barbarie humana de querer volvernos a todos iguales. Hablo de la ideología de la socialdemocracia, que todos, o la gran mayoría, han aceptado, siguen y acatan hoy sin considerar pertinentemente sus consecuencias morales en las sociedades actuales. Tendencia ideológica que, como hecho político fáctico, es la degeneración del socialismo y que no es ni mucho menos de izquierda, está políticamente incrustada en el Estado, es decir, contra todo aquello de lo que la sociedad gobernada se tiene que defender todos los días.

Con este mensaje aprovecho para advertir a todos aquellos huérfanos de intelecto, y también para mofarme de la propaganda de los partidos del Estado y de todos sus votantes seguidores que piensan como ellos, que aquí, al menos en este muro, no va a triunfar el cinismo y la demagogia que trata de vender la existencia de un liberalismo, de un comunismo o socialismo, o cualquier otra verdad parcial que se les antoje, direcciones políticas todas obsoletas actualmente. Precisamente la socialdemocracia es esa idea parcial que no compromete a nada, sólo a estar al lado de los ricos y poderosos y hundir al más débil. Lo primero porque sin libertad Colectiva las ideologías no existen, son todas falsas, y segundo, históricamente, porque todas esas tradicionales ideológicas desaparecieron en Europa por lo antedicho, y en España, a la muerte del General Franco, desde que todos los partidos, aunque mantuvieron el colorido y el discurso para la ficción de la propaganda y la distracción teatral del pobre ignorante y del fanático, que son los que llenan las urnas que los legitiman, dejaron de ser lo que eran para hacerse, en consenso, órganos permanentes del Estado, repartirse el poder que dejó el Dictador y hacer las listas de diputados ellos, y después, llamar a sus súbditos para que las refrenden. Sin libertad nadie puede probar lo que dice.

No sólo hay putrefacción moral de los españoles por ser partícipes de un fraude público votando listas de partido sin elección ni control político sobre ellas, o votar a facciones que están corroídas hasta el tuétano por la necesaria corrupción que precisa y premia el propio Régimen para poder funcionar, que son todas ellas viviendo del erario público; es la enfermedad moral que vive a base de cinismo y de matar todo valor propio relacionado con la naturaleza humana; la infame pretensión de querer creerse y hacer que todos seamos iguales, que es la ideología para masas en toda Europa de la socialdemocracia, esa que vende la utopía de la igualdad social y justicia social para enfermos de espíritu y afectados con el cáncer cerebral y moral del consenso político que lleva al nihilismo y al monstruo social.

El principio realizable de la libertad es el único que nos puede llevar a la igualdad de derechos y de oportunidades, es decir, a la democracia formal. La propia libertad Colectiva crea y garantiza esos derechos hermanados y ligados intrínsecamente con los intereses y la naturaleza de los individuos de cada país. Pero no existe ni puede existir la igualdad social, esa es la falsedad de la propaganda partidista que millones de españoles se quieren creer como si intentáramos tragarnos un ladrillo a bocajarro. La consecuencia en las personas de esta insania pretensión, conduce al pirronismo moral y la soberbia de no aceptar que se equivocan y que ese no es el camino correcto.

La naturaleza produce desigualdad necesariamente. Porque hay servidumbre, pero también hay dignidad; porque también hay torpeza y hay genialidad; porque hay cortedad, pero hay talento; porque hay hipocresía, pero también hay virtud; porque hay ineptos, también hay inteligentes; porque hay culpables y también hay inocentes; porque hay feos y hay guapos, hay gordos y delgados; porque hay holgazanes y porque hay trabajadores; porque hay cínicos, pero también hay sinceros; porque les hay que son ciegos, unos por no poder y otros por no querer ver. La libertad es realizable y es la herramienta, si es libertad Colectiva, de todos, para arreglar los defectos que la naturaleza produce inevitablemente. Mi libertad la constituyen los demás y con uno que no sea libre en una sociedad determinada, no es libre nadie.

No todos pensamos ni sentimos lo mismo, ni podemos sentir tampoco por el otro, por eso no existe ese conjunto de letras que se ha inventado la socialdemocracia de la “empatía”, es falso, no existe para la naturaleza humana ese vocablo, se usa para no decir simpatía o antipatía. No todos somos iguales y ese hecho natural es precisamente lo maravilloso de este planeta, y precisamente, es lo que ustedes, los socialdemócratas, los nihilistas, los que no creen en nada más que en el dinero y en votar sin elegir nada, ustedes, los que votan a partidos del Estado, quieren y están dispuestos a devastar y aniquilar por su ineptitud, por su soberbia y demencia furiosa y por su poca vergüenza pública.

Ustedes, los socialdemócratas, sois el ácido que come la grandeza de la naturaleza y la moral del hombre para dejarlo en el disvalor. En la nada. Sí, ustedes, los que votan a la socialdemocracia, que es la ideología de todos los partidos políticos en toda Europa. Es el fascismo de antaño mucho más desarrollado, es “El Estado Minotauro” de Bertrand Jouvenel. No digan entonces que es imposible cambiar de Régimen, lo imposible es lo que ustedes apoyan, que es querer hacernos a todos iguales y que es absolutamente lo contrario de la libertad y la democracia. ¡¡Cobardes y cínicos!! digan que ustedes son unos irresponsables y vanidosos y que no creen en nada. No se atrevan a negar una revolución con las listas conservadoras, lo cual, de derechas, socialdemócratas de partido estatal en la mano.

El fascismo hoy no se viste de blanco y negro con una ametralladora de la mano y una pistola en el cinturón, el fascismo hoy es un arco iris de muerte y desolación moral y mental que se mantiene legítimo en las urnas de las listas proporcionales de partido, enemigas de la libertad y de la democracia.